Horas después de haber aparecido en los quioscos la edición del Perú.21 que contenía la historieta de Guillermo Figueroa, ex baterista de G-3, titulada «El grito subterráneo de los 80», disparaba un comentario crítico desde su muro en Facebook el conocido dibujante e historietista Miguel Det –ex vocalista, bajista y líder de Anti, recordada banda de punk metal surgida durante la última etapa del Rock Subterráneo– quien, como Guillermo, laboró durante varios años en el Grupo El Comercio, en el suplemento humorístico de los viernes «El Otorongo».
Debido a la fundamentación aportada por el autor, considero oportuna su inclusión en el blog con el objetivo no sólo de «salvarlo» para la posteridad, sino con el ánimo de que pueda llegar a un mayor número de lectores y continuar así con un viejo debate que las obras recientemente publicadas por Fabiola Bazo y Shane Greene han contribuido a renovar. Agregó, además, las líneas publicadas el día anterior con el fin de poner en su propio contexto las ideas del autor.
[6 de mayo:]
Mañana Perú.21
publicará un cómic "sobre los orígenes de la movida subte", obra de
Guillermo Figueroa, ex miembro de G-3. Lo leeré con atención y le deseo la
mejor buena suerte, aun cuando –siendo previsiblemente expresión de quien(es),
palabras más o menos, ha(n) repetido en más de una ocasión la especie de que
"al comienzo todo estaba bien y las clases no importaban... hasta que
llegaron unos resentidos y envidiosos (y cholos)"–, la verdad no espero
mucho y me mantengo tarareando la conocida canción de Sociedad de Mierda, esa
que alude a la putrefacción...
[7 de mayo:]
Bueno, finalmente salió publicado en Perú.21 el cómic de Guillermo Figueroa –otrora miembro de la banda
de hardcore «straight edge» G-3, y eventual colaborador del suplemento de humor
gráfico «No»– sobre la movida subterránea de los 80´s. Dejando de lado las
objeciones al dibujo –una aproximación al realismo tan lamentable cuan
innecesaria, habida cuenta de la experiencia y comodidad de Figueroa en el
dibujo «plano» de monigotes–-, se trata, como era previsible, de un testimonio
de parte (el uso reiterado de la narración en primera persona no es casual,
como no lo es tampoco su publicación en Perú.21)
que, en líneas generales, podríamos resumir así:
Al comienzo todo estaba de putamadre y sin diferencias ni
conflictos de clase visibles (o pese a ellas, lo mismo que «pese» a la
violencia política), la gente «autogestionaba» sus conciertos y producciones
musicales críticas al sistema y «anarquistas» –léase, "no tener
reglas" y "hacer lo que quisiéramos"(Figueroa dixit, y ello pese al reconocimiento de
la represión, falta de garantías, etc.)–, y "cada vez había más gente que
asistía", hasta que "el terrorismo quiso infiltrarse en la movida
subterránea" y algunos "nuevos grupos... que venían con pensamientos
radicales" (entrelíneas: no es bueno "ser radicales", esto es,
ir a la raíz de aquello que uno critica, pues eso es... ¿terrorista?), que
empezaron a "cuestionar las apariencias" (¿qué apariencias? ¿las
puramente aparentes?), trataron de "imponer reglas" a quienes tenían
por única regla "no tener reglas" (salvo, claro, las inmutablemente
impuestas por la lógica capitalista de la sociedad realmente existente) y todo,
¡oh, qué pena!, se acabó, con el saldo positivo de: 1) haber dado origen a
nuevas bandas peruanas de rock «independiente» tan buenas que hasta han llegado
a internacionalizarse, y; 2) que hoy hasta los niños (claro, los que tienen
padres que pueden comprarles instrumentos) pueden hacer rock, pues ya no es
"mal visto" (léase, visto como algo «problemático» o «amenazante»
para los valores hegemónicos de la sociedad burguesa) o como cosa de «misios»
(léase, de cholos).
Podría objetar algunas cuántas cosas a "la historia
revisionista mezclada con un poco de ilusión nostálgica"(Greene, Pank y revolución: 7 interpretaciones de la
realidad subterránea, págs. 100-101) que supone Figueroa al inicio de
"la movida" y que, en realidad, no llega a reconciliar en los hechos
la existencia de dramáticas diferencias e intereses de clase entre el «nosotros»
que propone y "los resentidos" que supone, o a la forma absolutamente
objetable como los primeros encararon la legítima búsqueda de coherencia entre
el arte y la vida cotidiana ( las "ideas radicales") del Otro, el cholo (Greene, págs. 103-121),
o a la confortable visión individualista y liberal que del «anarquismo» (o de
lo que significa oponerse a "las reglas") manejó en G-3 y Figueroa,
según parece, maneja hasta el presente (una noción, en realidad, bastante
"bien sistema" respecto de la propuesta por los «antitucos»,
"los auténticos antisistema", como menciona Bazo en su libro Desborde Subterráneo, págs. 160-167), o
al hecho de privilegiar en su saldo final de la experiencia «subte» la
recuperación y ubicación de los "nuevos valores musicales" respecto
de la continuidad de las «criticadas» estructuras sociales, pero, a la luz de
las nuevas investigaciones y estudios recientemente publicados, ello parece ser
innecesario. Baste recordar que, siendo el Perú lo que es –y reconocer esto no
supone animadversión alguna de carácter personal, sino el no perder de vista
una realidad estructural-– "el problema primario del Perú es el
pituco"... todavía!!!
Fuente: