I
AUGUSTO RUIZ ZEVALLOS:
“MARXISMO Y ROCK”
Hace unos pocos días, el bosquecillo
de Letras de San Marcos fue el escenario de un enfrentamiento entre dirigentes
estudiantiles y grupos rockeros que, antes de iniciar su actuación, pintaron
provocadoramente esvásticas y símbolos anarquistas. En este polémico artículo,
Augusto Ruiz señala con documentada precisión la relación y percepción que del
rock y de la música popular han tenido históricamente los grupos marxistas,
adelantando, además, interesantes puntos de vista sobre el aspecto nacional de
la música popular.
EL ROCK Y LOS MARXISTAS
Las relaciones entre el rock y los
marxistas no siempre fueron amistosas ni siquiera en los países anglosajones,
lugar donde este ritmo surge. Como señala David Buxton, en el pasado los
marxistas han tendido a atacar el rock, y anteriormente al swing, debido a su
carácter básico de mercancía, y a enaltecer la música folklórica como actitud
ideológica correcta. Durante los años 20, siguiendo a los bolcheviques, el
Partido Comunista de los Estados Unidos utilizó la música folklórica como parte
de su estrategia política, al tiempo que calificaba al jazz y el swing (ritmos
preferidos por la población urbana de entonces) como “instrumentos de la clase
dominante”. Definición similar mereció también el rock en años posteriores.
Ciertamente había mucho de verdad en
este planteamiento. En la década de los 30, Theodor Adorno –marxista crítico de
la Escuela de Frankfurt– analíticamente decodificó los patrones de repetición,
banali[dad y estandarización musical con la finali]dad de mostrar cómo la
“industria cultural” manipula y condiciona la producción de respuestas
conformistas en la sociedad capitalista. De acuerdo con Adorno, la música
popular reproducía los valores dominantes de la sociedad burguesa, cubría la
depresión económica con aparente esplendor y, además, estaba dirigida a generar
sentimientos patrióticos como antesala de la guerra.
A primera vista, las cosas parecen no
haber cambiado mucho. Todos hemos sido testigos de cómo en las últimas décadas
el capitalismo, además de obtener cuantiosas ganancias, ha usado la música para
los mismos fines que antaño. La experiencia de agrupaciones musicales y
estrellas del rock, como Elvis Presley, Supertramp, [John] Travolta, The Stik,
Michael Jackson, Bruce Springsteen (que al igual que el primero hace apología
al ejército norteamericano), parece seguir dando la razón a los viejos
marxistas (y de paso a los chovinistas).
Sin embargo, una mirada más atenta ha
conducido a destacar la posibilidad de contradicción al interior de la cultura
de masas, como elemento diferenciador del actual periodo. La experiencia de los
Beatles, Pink Floyd, reggae music, ska, etnobeat, punk, post punk, etc., es
decir, la formación de subculturas con autonomía de la manipulación de la masa
media, es una nueva realidad que ha modificado substancialmente los términos
del análisis. Los primeros en reparar en la importancia de este cambio fueron,
como es obvio, los protagonistas, quienes se definían a sí mismos como anti
capitalistas y contestatarios.
La crítica marxista sobre el fenómeno
del rock es relativamente reciente, incluso en la misma Inglaterra. Desde los
años 50, los marxistas prestaron más atención a la génesis pasada (siglos
XVIII, XIX) y en los efectos de la televisión, a pesar que desde esta década
millones de jóvenes son atraídos por esta música. El tema ha cobrado extrema
importancia en sociedades como el Reino Unido, donde, a decir de algunos
autores, ese elemento que los eurocomunistas de Francia, España o Italia
denominan “lo nacional popular” ha desaparecido como producto del híper
desarrollo de la “industria cultural” y la presencia de movimientos de
subcultura juvenil. Aunque esto es motivo de polémicas, debe destacarse que, en
la última década la izquierda marxista pone mayor énfasis en el problema, tanto
a nivel teórico, así como en la práctica política. En la Universidad de
Birmingham, un grupo de jóvenes marxistas (Dick Hebdige, Stuart Hall, Paul
Willis, entre otros sociólogos y aficionados a la música rock) vienen
realizando importantes investigaciones. A nivel político, el Partido Comunista
británico promueve el «Club13-26», que agrupa a jóvenes interesados en temas
como música, subcultura juvenil y sexualidad. Es importante mencionar la
campaña de “Rock contra el racismo”, de clara orientación marxista. Quienes
mayor éxito han tenido en este proceso, en honor a la verdad, han sido los
trotskistas, cuyo trabajo en la escena del rock se remonta a principios de la
década de los 70. De menor cobertura, aunque digna de mención, es la actividad
de las secciones británica y norteamericana del Movimiento Revolucionario
Internacionalista, que tampoco descuida este aspecto. Todo esto deberían
saberlo quienes sostienen que el rock es en esencia burgués y alienante.
EL ROCK PERUANO EN
DEBATE
¿Existe un rock nacional?
El movimiento rock en el Perú –esto
es, la producción nativa de música y no el simple consumo de discos
extranjeros– ha existido desde fines de la década de los 60, aunque sin el
éxito de la salsa y, sobre todo, de la chicha. Es a partir de 1980 que los
rockeros peruanos empiezan a caminar con paso firme. Desde entonces, han
aparecido grupos como Frágil, TV Color, Hielo, Dr. No, etc., constituidos por
jóvenes de la llamada clase media que mira hacia arriba y a quienes les ha ido
muy bien en el negocio (lo decimos sin mala intención). Al lado de ellos,
existe una veintena de pequeños grupos (Narcosis, Leusemia, Kola Rock, etc.), compuestos
por muchachos de la llamada clase media baja, quienes a duras penas logran
alquilar los instrumentos musicales. Lo que hace meritorio a estos grupos es su
persistencia en la escena musical –a pesar de la precariedad de recursos– lo
que dice bastante de la seriedad con que han asumido la música. Se han hecho
conocidos, y esto en parte porque reciben ataques de frentes diferentes, desde
el chovinismo político hasta emisoras radiales, como FM Doble 9. Esto es bueno
para ellos. En líneas generales, lo más positivo del movimiento de los últimos
años, es que satisfacen la necesidad de los fans rockeros de contar con un
espectáculo propio, en vivo, y sobre todo, con canciones interpretadas en
nuestro idioma. Hoy en día, más que antes, puede hablarse con mayor seguridad
de un movimiento rock peruano.
Sin embargo, no debe confundirse lo
peruano con lo nacional. Al igual que en la literatura, esta distinción es
imprescindible a fin de hacer una evaluación final. El grupo Hielo puede ser
muy peruano, eso no lo hace nacional. Y no precisamente porque sus integrantes
vivan en suntuosos barrios. La extracción popular de los músicos chicheros no
hace a éstos representantes de una música nacional en el sentido al que
aludimos. Menos aún los salseros que, como declaró el antropólogo José Antonio
Lloréns Amico, más están preocupados en decir “tocamos como las mejores
orquestas de New York”. Lo nacional implica una toma de posición –aunque fuera
implícita– a favor de las clases nacionales, la ejecución de un arte musical
que no sea coincidente con los objetivos de las clases anti nacionales, lo cual
puede expresarse en el reconocimiento de los problemas como resultado de un
orden social injusto y no como un proceso meramente individual.
Paradójicamente, no es en los chicheros sino en las agrupaciones de rock contestatario
que fueron expulsadas de San Marcos donde es posible hallar aquella
posibilidad. A juzgar por la letra de las canciones de algunos de estos grupos
(contra la represión, el consumismo, la corrupción, el imperialismo, a favor de
los presos políticos, etc.), están a punto de ser los forjadores de un
auténtico Rock Nacional, como existe en otros países. Están a punto de serlo y
no lo son, porque el estilo musical y corporal así como algunas actitudes que
han adoptado y que corresponden a otras latitudes, denotan un no muy ligero
atisbo de verdadera alienación.
El estridente sonido de las guitarras
como base estructural de sus canciones, el uso de seudónimos auto injuriosos
como «Leo Scoria» (copia irrespetuosa de Johnny Rotten, «Podrido», de Sex
Pistols), símbolos nazis, casacas, correas y el empleo de frases como: “el punk
nos sacó a la calle”, evidencian una negativa imitación de los rasgos más
inconscientes del punk inglés de 1976-79, y un desconocimiento de las causas
que determinaron la aparición de este fenómeno y de porqué no puede surgir en
países atrasados como el nuestro. Mal hacen algunos compañeros de San Marcos y
Oscar Malca desde La República en
festejar estos lados negativos. El argumento que suele repetirse consiste en
que el sonido bullicioso de los instrumentos le da al rock esa agresividad
contra el sistema que le es originaria. Con toda seguridad: con eso no agreden
a nadie, ni a nada que no sean sus oídos o los de sus propios fans.
Lo mejor de lo mejor del punk inglés
actual ha dejado atrás la estridencia y violencia contra sí mismos que
caracterizaron a los punks de 1978. No es casualidad que el grupo The Clash
(que en 1981 editó el álbum «Sandinista»), hayan hoy colocado parches en
aquellas partes de sus ropas donde antes lucían roturas. Elvis Costello, al
igual que el anterior grupo, ha fundido la música blanca con el reggae
jamaiquino y participa de las luchas obreras de su país. The Stranglers
encuentra en la música electrónica de los 80 nuevas armonías y sonidos que
superan el estado psicológico desfavorable. En otras palabras, incluso si de
modelos extranjeros se trata, lo anterior es un ejemplo de cómo se puede ser
opositor al sistema sin llegar a la estridencia, la auto injuria, el espíritu
ácrata-nihilista que en cualquier época y lugar son signos de debilidad
ideológica ante un poderoso enemigo.
Fuente:
«El
Caballo Rojo», suplemento de El Diario de Marka (Lima), oct. 6 de
1985; p. 15.
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