Puta’on, apenas empecé a chambear con este tema, oe, me llené de bille, choche; puta, al día siguiente le compré a mi vieja tres calzones en el mercado de Jesús María, y a Abelito le regalé un ganso de vidrio mostro que vendían en un bazar por el barrio. Puta, yo no me compré nada porque, oe, yo no necesito ni mierda de este sistema alienado, ¿manyas? Puta’on, pero a la semana el negocio empezó otra vez a ir mal, compadre, y ya no daba ni para el papeo, porque la chamba de Abel era pituca pero no rendía, compadre. Puta’on, una tarde yo estaba recontra asado esperando que me compren maní, y viene una tía de la quinta, la tía Buitre, ¿la manyas?, puta, y me dejó cincuenta quetes en consignación, choche, quedando claro que la propaganda la hacía ella. Puta, se metió a la cola del cine y al toque yo tenía un collerón de chibolos angustiados que barrieron con la merca, chochera. Puta’on, en la vermú fue la cagada, y en noche, puta, me venían los enfermitos a poner al palo radios, tabas, casacas y uno me trajo, puta, hasta los adornos de navidad y otra vez el negocio empezó a ir como la puta madre. Chochera, pero el sistema tiene sus soplones y alguien fue con el tufo donde el histérico de Abel, y éste, puta, armó tal chongo que mi viejo, oe, desde le hospital ordenó que nos cambiáramos de chamba, puta, que Abel pase al Diamante y yo, el cholo punk, el subterráneo, lo máximo de
Ay, los golpes que da la vida, fíjese señor. Con decirle que creo haber envejecido en estos quince días, mi cutis ya no está tan terso ni mi cabello brilla como antes. En fin, recién ahora entiendo a tanto cholo pobretón que tiene que trabajar para vivir. Pero felizmente que ese hombre que es mi padre ya se recuperó de su inflamación a la próstata. Él ya está de nuevo en el hogar, otra vez laborando, y nosotros hemos vuelto a nuestras normales ocupaciones. Bueno, pero lo que ha pasado, señor, es digno de que se lo cuente. Fíjese, con la enfermedad de ese hombre que es mi padre, los ingresos del hogar empezaron a descender sensiblemente. Nos cortaron la luz primero, luego el agua y almorzábamos y comíamos sopa de cubito y pan, a eso se había reducido el esplendor de mi hogar, qué me dice, señor; hasta teníamos que pedirle a la vecina que nos preste su hornilla para calentar el agua porque ni kerosene podíamos comprar. Un día ese hombre que es mi padre nos mandó llamar al Rebagliati y nos informó, ay señor, que yo y el Caín nos veíamos obligados a salir a la calle a ganarnos el pan, qué horror, le juro que me sentí como en una de esas películas hindúes del City Hall. A mí me pusieron a vender cosméticos masculinos de esa fábrica Pig de mi tío Chino, que hace las lociones con vinagre y los geranios del parque, y las cremas de afeitar con lo que queda de los envases de Regia y Dorina. Pero están bien presentados, y yo, además, soy garantía de belleza y pulcritud, ¿no cree? Bueno, mi primer cliente fue el honorable profesor Beltroy. El día que me tocaba clase de piano con él, le dije que íbamos a empezar un poco más tarde porque le guardaba una sorpresa. Fíjese, saqué mis productos y le hice una demostración. Pero el profesor Beltroy es un hombre demasiado divino para los productos Pig. Cuando le rocié con el after shave Arrechura, el fino profesor de música arrojó sobre el sillón, fíjese. No quiso ni probar lavarse las manos con jabón Sperma y, cosa rarísima en él, que es tan insistente conmigo, me pidió que me retirara porque no se sentía bien. Bueno, así es la vida en el mundo de los negocios, ¿no? Mi segundo cliente fue el padre Joaquín, el párroco de Santa Beatriz, pero creo que no fue muy bien elegido porque él ha hecho un voto adicional al que hacen todos los sacerdotes. Su voto consiste en no entrar en contacto con su cuerpo pecaminoso, entonces no se baña nunca, se afeita con cuchillo y sin crema y huele rarísimo, como a las latas de grated que come mi mellizo, cuando amanecen en la puerta de la quinta porque el basurero no se las lleva de puro asquiento que es el cholo. Bueno, en vista de que tenía muy poco éxito, decidí ponerle un poquito de creatividad al trabajo. Pensé, si toda la propaganda de la televisión usa cantitos, ¿por qué no los voy a usar yo, que soy tan imaginativo? Entonces, ay, compuse un lindo jingle, que lo cantaría a mis clientes apenas me abrieran la puerta. Y dice así:
Le digo que me empezó a ir mucho mejor. Coloqué varias lociones, un par de jabones y una crema de afeitar. Pero en esos días una vecina me vino con un chisme horroroso, fíjese, me dijo que mi mellizo vendía drogas en el cine Diamante. Ay, por supuesto que fui donde mi santa madrecita (de la que no he hablado hoy, qué raro), y le conté la afrenta contra nuestra familia. Ella sufrió un shock, pasado el cual consultó el problema con ese hombre que es mi padre y éste, ay, decidió cambiarnos de ocupación al Caín y a mí, y resulta que terminé de ambulante, justo cuando mi negocio empezaba viento en popa. Felizmente ahora somos ricos de nuevo...
¡No!, suplemento humorístico del semanario Sí (Lima), Nº 35, págs. 6-7, oct. 19 de 1987.
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