Puta’on, cuando cantaba, el Abelito quería mancar, choche, cambiaba el tema, se ponía a recitar poesías y huevada y media, y para su suerte ni mi viejo ni mi vieja computaron de qué se trataba, ¿manyas? Después, oe, lo llamé al cuarto y le dije, “oe, pajero ¿qué haces con esto?”, y le saqué las revistas. Puta’on, me quiso meter la yuca diciéndome que no sabía, que el profesor Beltroy y la cagada en colores. Puta, le propuse una huevada que no se le hubiera ocurrido a los terrucos decírsela a los narcos. Oe, que yo no abría la boca en el jato con la condición de que me prestara las revistas para, puta, alquilárselas a los chibolos pajeros del barrio, ¿manyas? Puta’on, en esos días hice un ojete de bille, choche. Pero Abelito me tenía que ayudar, ¿manyas?, eso también era parte del pago por mi silencio. Su chamba consistía en pasarles el yara a los chibolos y mandarlos al jato, donde, oe, yo los esperaba hueveando en mi cama y los vigilaba mientras leían sentados en el suelo, prohibidos de hacer cochinadas, suave nomás tenían que leer, ¿manyas? Puta, todo iba como la puta madre y me estaba haciendo como cincuenta lucas al día, pero un chibolo huevón le acusó a su vieja, a la señora Betsabé que es recontra achorada, y se armó un recontra chongo en mi jato. Oe, yo estaba un día esperando a mis clientes y en eso suben
Ay, señor, qué horror, yo no debería aceptar hablar con su grabadora ahí adelante, después que va a decir la gente sobre mí, que me cuido tanto no sólo de ser decente sino de parecerlo. Pero todo lo que ha pasado es, por supuesto, culpa del anormal de mi hermano Caín. Fíjese, estoy tan aturdido que no sé por donde empezar. Será por el comienzo, ¿no? Bueno, el sábado pasado yo estaba en mi clase particular de piano donde el honorable profesor Beltroy, ¿ya? Tocaba un ejercicio a cuatro manos con él de lo más lindo, aunque algo me pasaba, porque me entreveraba todo y mis manos se enredaban con las de mi profesor. Pero bueno, salió maravilloso, tanto que al finalizar, el profesor Beltroy abrió una botella de Oporto y me convidó dos copitas. Mi alma revoloteaba enloquecida, qué le diré. En eso, el profesor insigne me dice que tenía unas revistas muy interesantes para mi formación humana, que me las iba aprestar a condición de que las guardara fuera del alcance de mis familiares, porque no eran cosas que pudiera entender cualquiera. Me dio un paquete cerrado y me fui a mi hogar. Allí empecé a mirarlas con detenimiento y le digo que me parecieron de lo más raras. Tenían cantidades de fotos de gente sin ropa haciendo cosas extrañas, como tomar unos helados cabezones con pelos, y jugar a las estatuas entre varios. Lo raro era que, mientras miraba, mi pajarito se volvía a poner duro, como esa vez que fui a aclarar a la mujerona que fastidiaba a mi hermano Caín. Pero había algo más raro todavía: sentía la necesidad de hacerme cosquillas en el pajarito hasta que ocurría algo de lo más extraño, que me dijo el profesor Beltroy que no se lo contara a nadie, y le voy a hacer caso, ¿ya? Ay, señor, no pensaba en otra cosa que en quedarme solo con mis cultas revistas y volver a eso de las cosquillas. Pero ocurrió algo terrible, que seguro ya se lo contó el Caín. Un día estábamos comiendo y mi hermano se manda a cantar una canción en doble sentido, que me hizo sospechar que sabía algo. Mientras cantaba, yo trataba de distraer a mi sacrosanta madrecita y a ese hombre que es mi padre, dándoles a conocer mis últimas poesías, maravillas como esta:
Ay, improvisaba cosas como ésa pero nada, era un hecho que mi hermano me estaba chantajeando. ¡Qué tragedia! Pero lo peor vino cuando me obligó a entrar a un negocio sucio, en el cual yo tenía que ir donde los jóvenes del barrio y hablarles de mis revistas en unos términos de lo más raros, y se iban para leerlas, dejándole un montón de plata a mi mellizo desgraciado. Buscaba a los chicos y tenía que decirles cosas como éstas: “corre, que hay fotos de sopas, cornetas y cachirulos”. O, “en mis revistas vas a ver a la vez por atroya y de fresa”. Yo no entendía nada pero tenía que cumplir, si no, me dijo Caín, mi adorada progenitora podía meter a la cárcel al insigne profesor Beltroy. Ay, Dios qué confusión.
2 comentarios:
Lo mejor de lo mejor jejeje, buenos tiempos.
Rei mucho leyendo todos los artículos disponibles de la historia de caín y Abel ..y no pude evitar sentir esa nostalgia que da cuando uno da estos viajes al pasado .
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