domingo, 2 de noviembre de 2008

«LOS MARGINADOS DE LA CIUDAD»: los HIPPIES y los SUBTES LIMEÑOS a través del ANÁLISIS SOCIOLÓGICO de LUIS MONTOYA (1992)

Los estudios sobre la movida subte no abundan, mucho menos los análisis de época. El texto que viene a continuación fue escrito por el sociólogo sanmarquino Luis Montoya Canchis, de la base 87, como parte de un texto mayor titulado El lado oscuro de la luna, con el cual se presentó y ganó la quinta edición del «Concurso de Ensayo en Ciencias Sociales», organizado por DESCO en 1992, siendo las “Visiones del Perú en los años 70 y 90” el tema propuesto para ese año. He aquí el índice de la obra:

Introducción
Una vieja y nueva generación juvenil
Los protagonistas: su pasado y su presente
- Las necesidades radicales de la juventud trabajadora
- Los varios colores de la juventud universitaria
- Los jóvenes migrantes en la tierra de todas las sangres
- Organizados y no organizados: de la comunidad al individualismo juvenil
- Los marginados de la ciudad
Un epílogo sobre actores que se siguen moviendo
Bibliografía

El «Chamán» Montoya, nombre con el cual era popularmente conocido Lucho (vean el por qué aquí), fue nuestro jefe de práctica del curso «Introducción a las Ciencias Sociales» ese mismo año. Recuerdo mucho sus clases y a los compañeros con quienes compartí el curso: subtes como Nico Morales, guitarrista de Eutanasia y uno de los que figura como entrevistado en el texto, y Freddy Malpartida, vocalista de Ráfagas. El Chamán buscaba motivar a los propios subtes de la Facultad –los alpinchistas de aquel entonces– a estudiar la movida desde cada una de las disciplinas académicas que habían elegido: la antropología, la sociología y la historia. Esperamos seguir cumpliendo con tu encargo, compañero.

LOS MARGINADOS DE LA CIUDAD


“No intento otra cosa que captar el aspecto de la
historia, en las representaciones más insignificantes
de la realidad, como si dijéramos en sus desperdicios”.

Walter Benjamin

Al intentar escribir sobre la juventud en el Perú, necesariamente se tiene que abordar las problemáticas centrales que involucran a la mayoría de los jóvenes, aquello que determina su vida o la marca cotidianamente. Pero, a la vez, también se hace urgente tomar en cuenta las vivencias particulares y de menor grado de generalización, los rasgos más tenues y menos claros en el cuadro de la ciudad, lo que Carlo Ginzburg ha llamado los indicios (1), al menos si deseamos poseer una imagen integral sobre su realidad. Es así que en esta parte quisiéramos presentar algunas ideas sobre las visiones que se crearon los jóvenes hippies, durante los setenta, y los punk, en los ochenta y noventa, expresando su necesidad de búsqueda de una identidad nueva y diferente, y en algunos casos alternativa a la que el orden social intentaba darles; una sensibilidad juvenil distinta, aunque poco difundida y limitada.

Desde los años sesenta y un poco antes, en nuestro país las brechas generacionales, al igual como se vivía en otras partes del mundo, comenzaron a manifestarse de una manera más evidente. Ciertos sectores juveniles urbanos, migrantes o ya asentados en la ciudad –de sectores populares, medios y altos–, comenzaron a manifestar un conjunto de expectativas nuevas que se reflejaron en la búsqueda de patrones culturales e ideológicos distintos, producto del proceso de modernización que había comenzado a vivir el Perú, con más fuerza, desde mediados de los cincuenta. El rock como expresión musical se convirtió en un referente de las nuevas sensibilidades juveniles urbanas, e inclusive se comenzó a asumir los intereses y los valores que la juventud defendía en otras partes: protestar contra la guerra y la inhumanidad de la sociedad capitalista, contra la marginación, y reclamar el derecho a la diferencia se convirtió en parte de esto. Vietnam, acechado por el imperialismo norteamericano, produjo en las mentalidades juveniles la protesta desde la perspectiva de la izquierda; pero también el rechazo desde la óptica de los hippies. La búsqueda de la paz y el vivir en comunidad, eran parte de la propuesta y crítica al orden social, violento e individualista. Aún está fresca la imagen de Herbert Marcuse en el recuerdo de la juventud hippie.

En una entrevista a César, artesano desde comienzos de los años setenta, nos diría: “En ese tiempo las matinales fueron el lugar más importante para la juventud; el cine Excelsior se llenaba de gente […], nos juntábamos ahí porque queríamos escuchar música, sentirnos libres, protestar contra la desigualdad y la opresión, imaginar un nuevo mundo en paz, amor y libertad […], esto llevaría a más cosas a algunos, por ejemplo, a sentir la necesidad de leer e informarse más sobre todo lo que pasaba y por qué pasaba. Ahí, por ejemplo, se hablaba de las ideas de Marcuse, de Marx y los anarquistas, de Gandhi; pero también de los Beatles, de Bob Dylan y Jimi Hendrix […]”. En parte este movimiento juvenil era principalmente sociocultural y se expresaba a partir de lo que algunos –como Melucci– han llamado el escenario de la vida cotidiana, poniéndose como objetivo su democratización y la construcción de códigos culturales nuevos (2).

La «Nueva Ola» sirvió de denominación general a este período musical en nuestro país, marcado por el surgimiento de varios grupos rockeros, pero esta denominación ha sido resultado principalmente del sentido común, escondiéndose detrás de ésta un conjunto de complejos fenómenos que no han sido analizados debidamente. Una vez más Cesar volvería a manifestarnos: “En ese tiempo surgieron los clanes, ya que cuando ibas a la «matinal», no ibas solo, sino como parte de tu clan, cada uno tenía su nombre aunque habían dos tipos principalmente: los clanes de los «achorados» y los clanes de los «locos», de éstos saldrían los hippies […]. Los achorados eran los matones, los que venían de Barrios Altos, Breña, del Callao; andaban con sus cuchillos y querían divertirse solamente. En cambio, los locos eran gente de mi barrio en la avenida Perú, de otros distritos pero que empezaban a darse cuenta que no todo era diversión sino que había un proyecto, una forma de vida”. El hippismo representaba una forma de vida, y aún es posible observar en diversas calles de varias ciudades a los artesanos alambreros o de cuero, mostrando su trabajo diariamente. César mismo es una persona de 40 años que empezó en todo esto de muy joven. ¿Por qué continúo? ¿por qué no abandonó esta forma de vida? Son muchas las respuestas posibles pero lo que resalta es que para él formar parte de ese movimiento fue asumir una forma de vida, una actitud frente a su futuro.

El conjunto del mundo juvenil de esa época sería influido por una serie de factores. Hemos visto cómo el comportamiento de varios de éstos se iba articulando en torno a la música y a las llamadas «matinales», que se convertían en los espacios de encuentro y búsqueda de identidad, o de “construcción del nosotros”, como ha sugerido Pablo Vila en el caso del rock argentino (3). A su vez, de acuerdo a las palabras de nuestro entrevistado, se podía percibir que este proceso no tenía un carácter uniforme sino que, más bien, la diferenciación en su interior se manifestaba. El cuadro se completaría con otro de los factores ya mencionados, es decir el surgimiento de las bandas y grupos de rock. Marcos, otro artesano de la época, relataría: “En ese tiempo surgieron varios que tocaban y que querían expresar sus sentimientos, los Saicos, los Drags, los Shains, los Yorks, que eran los más salvajes y marginales, claro junto a los Saicos; todos ellos tratarían de mostrar su música y la gente los apoyaba, porque los sentían como suyos”. Sentirlos como suyos, como parte de un mismo cuerpo, era un proceso complejo que maduró lentamente, ya que requirió que se formara una identidad colectiva, aunque no definitiva sí con un nivel relativo de referencia común hacia ciertas cosas que se compartían. Para Marcos todo esto dio su salto cualitativo a partir de la recuperación de lo que él llama lo andino, por uno de los grupos musicales más importantes dentro de la juventud hippie, que fue el símbolo de todo ello: El Polen. “Cuando los hermanos Pereyra arman El Polen, se recupera algo que era importante: nuestra cultura; se comienza a buscar nuestras propias raíces, nuestra identidad […]. Además, El Polen fue el signo de los nuevos tiempos porque ellos eran hijos de músicos profesionales, de gente de plata; pero, sin embargo, se pusieron a tocar música de los Andes, de campesinos, y no para turistas sino, más bien, para las criadas y los pobres. Los Polen tocaron en coliseos y demostraron que no había por qué tener vergüenza de decirse cholo o que uno venía de la sierra, eso todos lo asimilamos”.

Pero no sólo el discurso indigenista estuvo presente, ya que convertirse en hippie era asumir una forma de comprender el mundo, darle un sentido a la vida. César nos contaría por qué formaría parte de este movimiento: “Yo empecé en las matinales, pero cuando ingresé a la universidad a comienzos de los setenta, leí algunos textos y me di cuenta de que mi camino estaba por el lado de la libertad. Yo no me iba a someter a las normas y a perder mi identidad; entonces abandoné todo y me fui de mi casa pasando a integrar una comunidad […]. En una comunidad se vivía como los primeros cristianos, es que se tomó mucho de la onda mística y del cristianismo, había que estar bien con la naturaleza”. Hasta aquí sus palabras muestran lo que podría denominarse como inadaptación a la vida social, llevando a asumir la necesidad de buscar un espacio diferente dónde y con quién socializarse. Pero César seguiría: “No sólo se tomó ideas de los místicos, sino también del anarquismo. Es difícil encontrar un solo hippie que no sea anarco y es que tienes que empezar a conocerte a ti mismo y cambiar tú, si quieres cambiar al mundo […]. Pero también está la cuestión social; había que protestar contra la alienación de la sociedad de consumo que no te dejaba ser tu mismo; los jóvenes asumían ese papel porque los obreros no eran nada, todos estaban bien vestidos y con sus relojes bien puestos. Yo te puedo decir que en los setenta ser obrero era estar bien pagado porque yo mismo trabajé así y con lo que ganaba ayudaba a mis amigos. A las cinco de la tarde, la Colmena se llenaba de ellos, como abejas caminaban y nos miraban por nuestro cabello largo y ellos mismos nos marginaban, es que ya se habían integrado…”. Y es que tal vez en el caso de este movimiento juvenil la integración a la sociedad era lo que menos se buscaba, ya que el grueso de sus exigencias cuestionaban la mayoría del ordenamiento social, las bases mismas de su constitución. Es decir, estamos ante un conjunto de actitudes juveniles que no se ubican dentro de los marcos de la sociedad sino que salen o intentan salir de ésta.

Justamente uno de los aspectos más complejos dentro del conjunto de los comportamientos juveniles exhibidos por el hippismo, algo así como la situación límite, sería el significado del consumo de drogas en la vida de muchos de ellos. Como Miguel manifestaría: “Con unas cuantas flores preparabas un balde de buen floripondio, que alcanzaba para varios tragos. Después venía lo mejor, te sentías en otra dimensión, con otras gentes, bien contigo mismo”. Se trataba de encontrar una identidad que no estaba aún definida y que llevaría a comprender el real sentido de la existencia, principalmente individual. En ese proceso se recurría a las drogas o las prácticas místicas, tomadas de religiones o corrientes esotéricas. Marcos agregaría: “Se caminaba en largas jornadas hasta Marcahuasi para sentir varias cosas. Yo al menos lo hacía para entrar en comunión con el universo, con la naturaleza […]. Otros simplemente se prendían, con hierba o flores, e inclusive utilizaban el San Pedro para experimentar una sensación nueva”. Esta compleja realidad muestra diferentes códigos culturales y “sentidos de la vida”, que guardan esencialmente una actitud de negación o de negatividad frente a la estructura social dominante, frente a sus mecanismos de control y reproducción. Se puede decir tal vez que por lo expuesto no existen nuevas relaciones sociales, sino más bien un proceso de desestructuración, de anomia. Miguel nos diría: “Algunas veces estoy harto de mi vida y me entra la depresión, no me siento bien estando en la calle vendiendo todo lo que con tanto trabajo creo; reconozco que hay bastante inseguridad y me siento mal. Pero, ¿qué hacer? Sólo seguir adelante”. Su vida no encontraría entonces mucho sentido, no habría nada nuevo. Una vez más, cuando la inseguridad apremia, sería difícil sentirse realizado. Sus palabras guardarían algo de pesimismo y de incertidumbre, más aún si volvemos a escucharle: “Cuando me siento mal pinto […], y como tenía varios cuadros intenté una vez presentar mis pinturas en la Municipalidad de Miraflores, pero no me dejaron porque dijeron que no tenía currículum vitae; imagínate, pedirle a un marginal currículum vitae. Pinto bien y no me vendo al sistema, ya encontraré otro lugar donde exhibirlas, sé que en este país no hay esperanza”. Pero no sólo Miguel pensaría así, también Marcos y César, todos coincidirían en señalar que en el Perú no habría esperanza y lo único que queda es el extranjero. Marcos agregaría, al preguntarle sobre su futuro, que: “Yo no pienso en ello, ya que aunque no es estable mi presente, tengo determinado irme a vivir afuera, y lo voy a hacer de todas maneras”.

Sus voces y sentimientos mostrarían su inconformidad con el país, inconformidad que no sólo se habría desarrollado desde los años setenta o antes, sino que también un poco después. Tilman Evers ha sugerido que los nuevos movimientos sociales representan principalmente expresiones socioculturales antes que políticas, y que su potencial está basado en la creación y experimentación de nuevas relaciones sociales (4). El problema a determinar es si los comportamientos vistos anteriormente representan formas de relación en donde se distinguen actitudes alternativas a las que son dominantes. Lo central, sin embargo, parece ser que el origen de estas prácticas está directamente relacionado con el problema de la descomposición de los patrones ideológico-culturales dominantes hasta antes del período de crisis de la modernización capitalista –en términos de Aníbal Quijano– (5), produciendo una serie de procesos nuevos de definición y de redefinición de las identidades colectivas.

Pero estos comportamientos juveniles no sólo se expresarían durante los setenta, sino que años después, a mediados de la década del ochenta y noventa, surgirían prácticas juveniles de igual o mayor grado de marginalidad, en el sentido de que se ubicarían fuera de los marcos ideológico-culturales dominantes. Existiría la necesidad de formar un “circuito alternativo”, una corriente underground, subterránea, como los mismos jóvenes participantes de esto afirmarían. A partir de mediados de los ochenta, la crisis producto de la aplicación de las políticas económicas neoliberales del segundo belaundismo provocaría que la pobreza alcance a ciertos sectores dentro de los estratos medios, provocando una radicalidad que se manifestaría una vez más mediante el arte. Es así que los jóvenes de estos sectores, que habitaban barrios tan diferentes, pero con iguales condiciones de vida, como la Unidad Vecinal de Palomino o las zonas pobres del Rímac, conformarían grupos de rock que encontrarían en el punk una de sus principales referencias y en el hardcore su identidad. Se trataba de romper y generar una postura crítica frente al gusto musical dominante que era principalmente orientado en términos comerciales, es decir, aparecerían los primeros grupos de Rock Subterráneo. Como diría Nico, un joven músico:”Se trataba, en primer lugar, de dar una alternativa real a la música comercial que era transmitida por radios y los demás medios de comunicación, la cual había perdido la esencia misma, contestataria y rebelde del rock. Pero también otro aspecto que se recuperaba era la cuestión de interpretar ésta música en tu propio idioma, posibilidad que poco se había tratado de difundir”.

Pero en su interior, las canciones compuestas por los diferentes grupos evidenciaban planteamientos expresados con beligerancia y que guardaban una crítica social radical. Uno de los primeros grupos, Leusemia, quizá el más importante, diría en sus letras: “Gentes desoladas que no habitan en un mundo de idiotas y de grandes fantasías […]. Gentes dispersadas en suburbios y cloacas, prohibiciones, frustraciones y miseria social […]. Gente subterránea, vida diferente / no creen en nadie, sólo son rebeldes / Mira a tus costados, tombos en las calles / gente putrefacta, ciudad decadente” (6). Sus melodías, al igual que sus composiciones escritas, estaban cargadas de una importante fuerza de protesta contra un orden social “decadente”, como ellos sostenían; pero, como vemos igualmente, se afirmaba una identidad propia, el “ser subterráneo”, lo cual llevaba a asumir –como en el caso del hippismo– una visión de realidad, valores y códigos propios, compartir inclusive un diagnóstico de lo que pasaba. Otro grupo, Sociedad de Mierda, confirmaría esto con su canción «¿Qué Patria es ésta?»: “¿Qué mal tiene el Perú? –empezaba preguntando–. Si contestar no puedes tu, te lo diré pero recuerda: ¡tiene un sociedad de mierda! ¿Qué Patria es ésta? Donde un ser humano es igual a un perro, si no es explotado es desocupado / si no es desposeído es marginado. […] Donde la economía es dependencia, donde la salud se comercia, donde la juventud sin futuro está / donde la justicia nunca llega, donde fiscal y policía roban por igual, militar y terrorista exterminan por igual […]” (7).

El horizonte cultural que en parte guiaba la mayoría de las reflexiones y creaciones de los jóvenes subterráneos estaba ligado a propuestas anarquistas. La vestimenta generalizada entre la gente de la «movida», como comenzaban a autodenominarse, eran ropas de color negro; y las principales lecturas estaban orientadas hacia el conocimiento de los textos de Proudhon y Bakunin, junto a González-Prada. La declarada filiación anarquista puede verse en sus fanzines, elaborados y difundidos artesanalmente, en sus afiches de publicidad de conciertos y en las declaraciones que daban, donde las ideas de autonomía y autogestión resaltarían desde el primer momento. Uno de los primeros manifiestos será justamente dirigido en este sentido: “La representación –dicen ellos– no es más que otra forma de renunciar a aquello que es lo último que debe perderse: la Autonomía. Y precisamente es aquello que uno no puede delegar en otro, si no quiere perder su identidad, que es lo más auténtico y espontáneo que posee” (8). Principalmente se pondrá bastante peso en la idea de autogestión como medio para afrontar las necesidades y donde confluirán la mayoría de grupos. Pablo, otro subterráneo, manifestaría: “Se realizaba un concierto en la medida que todos colaboraran y trabajaran conjuntamente, con nuestros propios recursos, con nuestra propia capacidad de organización, de realizarlo”.

Aunque sería exagerado proponer que era un movimiento juvenil anarquista, muchos de los participantes se comenzaron a identificar con el discurso político que se tejía en torno a la autogestión, la autonomía y la negación de los mecanismos de representación política. Pero principalmente aparecía la necesidad de tocar y hacer música. “La propuesta de la «movida» era que cualquiera podía tocar, no había que ser un virtuoso, simplemente agarrabas tu guitarra y le dabas adelante […]. Yo no sabía nada de música, sólo tocaba y ya. Una vez me dijeron que por qué sólo agarraba una cuerda en la guitarra y contesté que no sabía, entonces me enseñaban y aprendía a agarrar dos cuerdas” –como una vez más Nico nos diría–. Es así que en la explicación introductoria del fonograma del grupo Eutanasia se hablaría: “De que se juntan en su propuesta musical tres cosas: conciencia, instintos y actos. […] Somos una barricada, trinchera del punk rock, una lucha frontal al sistema podrido y agónico, esto es parte de la confrontación milenaria de nuestros ancestros: América Inka y universal, buscamos el cambio, la revolución total […]” (9).Una vez más aparecería como lo central el movimiento sociocultural antes que lo político en términos partidarios, la búsqueda de una identidad que se afirmaba en el enfrentamiento con un oponente definido: el orden social.

Para Kike y buena parte de la movida subterránea se trataba de: “Rechazar, boicotear, oponerse organizadamente a la industria de la enajenación sistematizada”, lo cual en cierta forma planteaba un comportamiento violento y cargado de un “sentimiento de agitación”. A diferencia del hippismo, en donde uno de los valores centrales era la paz o el pacifismo militante –en términos de Noam Chomski–, ahora, en cierta forma, la lucha y la radicalidad aparecían como nuevas expresiones. Sin embargo, hay que aclarar que el grueso de la propuesta levantada por la mayoría de grupos subterráneos era de deslinde con la vía armada. Radicales tendría una canción en donde se diría: “¡Fuera! imperialismo, corrupción / ¡Fuera! Autoridad, represión / ¡Fuera! milicos de Mierda / ¡Fuera! terrucos de Ayacucho […]”. Su deslinde con la violencia armada sería clara; sin embargo, su protesta seguiría siendo orientada contra el orden social, expresándose con fuerza y vehemencia, una vehemencia que inclusive estaría presente en diferentes momentos de la vida misma, una percepción crítica, negativa.

Cuando le preguntamos a Nico sobre cómo veía el futuro, nos dijo que lo consideraba como algo que venía simplemente, como algo normal. “Ahora yo pienso estudiar en la universidad, me estoy preparando. Algunos me dicen, especialmente en mi casa, que he perdido tiempo estando en la movida, han sido siete años que he desperdiciado. Pero eso es falso, ya que la movida es algo que me enseñó muchas cosas; estos siete años, aunque pesan, fueron muy importantes para mi vida. Ahora ha pasado el tiempo y no soy tan chiquillo como antes, y sé que para obtener ciertas cosas mínimas como un lugar donde quedarme o comer, vestirme, es imposible afrontarlo con un empleo tan inestable como el que tengo, vendiendo libros en la calle. […] Tal vez mis ideas han cambiado un poco desde que Eutanasia, el grupo donde tocaba, se desarmó, y estoy seguro de que éstas cosas no me preocuparían tanto si siguiera tocando, ya que cuando formabas parte de la movida eso se convertía en tu vida”. Asumir una identidad, un conjunto de valores propios, un “sentido de vida”, es poseer certidumbre y seguridad en los actos cotidianos. Cuando todo esto deja de tener la centralidad que antes tenía, se comienza a confrontar nuevas situaciones que merecen una nueva visión mas detenida sobre las cosas e inclusive se incorporan preocupaciones que antes no eran centrales. Para Pablo, igualmente, el futuro se convertiría en algo que está ahí y se presenta amenazante: “Para mí lo que viene esta cagado, es incierto, no hay ningún tipo de seguridad para ningún joven en este país de crisis”.

La crisis social una vez más aparecería como el fantasma que persigue y devora las expectativas juveniles, colocándolas en una situación de inestabilidad e incertidumbre; pero que no limitaría su vida sino más bien la llevaría a asumir la tarea de crear diferentes códigos culturales, dándoles cuerpo a través de un discurso expresado mediante el arte y una actitud frente a la vida, cargada de un carácter negativo y crítico. Acaso como ellos mismos lo manifiestan en una cita de Charles Bukowski, utilizada como ideario: “Siempre he admirado al villano, al fuera de la ley, al hijo de perra. No aguanto al chico bien afeitado, con su corbata y su buen trabajo. Me gustan los hombres desesperados, hombres con los dientes rotos, y mentes rotas y destinos rotos”.

NOTAS

[1] Carlo GINZBURG, “Morelli, Freud y Sherlock Holmes: indicios y método científico”. En: Hueso Húmero (Lima), Nº 18, p. 5, 1983.
[2] Alberto MELUCCI, “Los movimientos sociales y la democratización de la vida cotidiana”. En: Imágenes desconocidas. La modernidad en la encrucijada postmoderna, p. 56, Buenos Aires, CLACSO, 1990.
[3] Pablo VILA, “Rock nacional. Crónicas de la resistencia juvenil”. En: Elizabeth Jelin (comp.), Los nuevos movimientos sociales, t. 1, p. 84, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1985.
[4] Tilman EVERS, “La faz oculta de los movimientos sociales”. En: Punto de Vista (Buenos Aires), Nº 28, p. 38.
[5] Aníbal QUIJANO, “Poder y crisis en América Latina”. En: Páginas (Lima), Nº 102, p. 47, 1991.
[6] Varios, “Vol. II” (fonograma). La Nave de los Prófugos Producciones, Lima, 1985.
[7] Idem.
[8] Ponciano ÑIQUE, “Análisis de sangre”. En: Circuito Alternativo (Lima) Nº 1, 1984.
[9] Eutanasia, “¡Sentimiento de agitación!” (fonograma). Lima, 1990.

Fuente:
El lado oscuro de la luna: las percepciones de los jóvenes en los 70 y 90. Lima: DESCO, Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo, 1992; págs. 57-65.