jueves, 11 de mayo de 2017

COMENTARIO DE MIGUEL DET A LA VISIÓN DE GUILLERMO FIGUEROA SOBRE EL 'ROCK SUBTERRÁNEO' APARECIDA EN «PERÚ.21»

Horas después de haber aparecido en los quioscos la edición del Perú.21 que contenía la historieta de Guillermo Figueroa, ex baterista de G-3, titulada «El grito subterráneo de los 80», disparaba un comentario crítico desde su muro en Facebook el conocido dibujante e historietista Miguel Det –ex vocalista, bajista y líder de Anti, recordada banda de punk metal surgida durante la última etapa del Rock Subterráneo– quien, como Guillermo, laboró durante varios años en el Grupo El Comercio, en el suplemento humorístico de los viernes «El Otorongo».

Debido a la fundamentación aportada por el autor, considero oportuna su inclusión en el blog con el objetivo no sólo de «salvarlo» para la posteridad, sino con el ánimo de que pueda llegar a un mayor número de lectores y continuar así con un viejo debate que las obras recientemente publicadas por Fabiola Bazo y Shane Greene han contribuido a renovar. Agregó, además, las líneas publicadas el día anterior con el fin de poner en su propio contexto las ideas del autor.



[6 de mayo:]
Mañana Perú.21 publicará un cómic "sobre los orígenes de la movida subte", obra de Guillermo Figueroa, ex miembro de G-3. Lo leeré con atención y le deseo la mejor buena suerte, aun cuando –siendo previsiblemente expresión de quien(es), palabras más o menos, ha(n) repetido en más de una ocasión la especie de que "al comienzo todo estaba bien y las clases no importaban... hasta que llegaron unos resentidos y envidiosos (y cholos)"–, la verdad no espero mucho y me mantengo tarareando la conocida canción de Sociedad de Mierda, esa que alude a la putrefacción...

[7 de mayo:]
Bueno, finalmente salió publicado en Perú.21 el cómic de Guillermo Figueroa –otrora miembro de la banda de hardcore «straight edge» G-3, y eventual colaborador del suplemento de humor gráfico «No»– sobre la movida subterránea de los 80´s. Dejando de lado las objeciones al dibujo –una aproximación al realismo tan lamentable cuan innecesaria, habida cuenta de la experiencia y comodidad de Figueroa en el dibujo «plano» de monigotes–-, se trata, como era previsible, de un testimonio de parte (el uso reiterado de la narración en primera persona no es casual, como no lo es tampoco su publicación en Perú.21) que, en líneas generales, podríamos resumir así:

Al comienzo todo estaba de putamadre y sin diferencias ni conflictos de clase visibles (o pese a ellas, lo mismo que «pese» a la violencia política), la gente «autogestionaba» sus conciertos y producciones musicales críticas al sistema y «anarquistas» –léase, "no tener reglas" y "hacer lo que quisiéramos"(Figueroa dixit, y ello pese al reconocimiento de la represión, falta de garantías, etc.)–, y "cada vez había más gente que asistía", hasta que "el terrorismo quiso infiltrarse en la movida subterránea" y algunos "nuevos grupos... que venían con pensamientos radicales" (entrelíneas: no es bueno "ser radicales", esto es, ir a la raíz de aquello que uno critica, pues eso es... ¿terrorista?), que empezaron a "cuestionar las apariencias" (¿qué apariencias? ¿las puramente aparentes?), trataron de "imponer reglas" a quienes tenían por única regla "no tener reglas" (salvo, claro, las inmutablemente impuestas por la lógica capitalista de la sociedad realmente existente) y todo, ¡oh, qué pena!, se acabó, con el saldo positivo de: 1) haber dado origen a nuevas bandas peruanas de rock «independiente» tan buenas que hasta han llegado a internacionalizarse, y; 2) que hoy hasta los niños (claro, los que tienen padres que pueden comprarles instrumentos) pueden hacer rock, pues ya no es "mal visto" (léase, visto como algo «problemático» o «amenazante» para los valores hegemónicos de la sociedad burguesa) o como cosa de «misios» (léase, de cholos).

Podría objetar algunas cuántas cosas a "la historia revisionista mezclada con un poco de ilusión nostálgica"(Greene, Pank y revolución: 7 interpretaciones de la realidad subterránea, págs. 100-101) que supone Figueroa al inicio de "la movida" y que, en realidad, no llega a reconciliar en los hechos la existencia de dramáticas diferencias e intereses de clase entre el «nosotros» que propone y "los resentidos" que supone, o a la forma absolutamente objetable como los primeros encararon la legítima búsqueda de coherencia entre el arte y la vida cotidiana ( las "ideas radicales") del Otro, el cholo (Greene, págs. 103-121), o a la confortable visión individualista y liberal que del «anarquismo» (o de lo que significa oponerse a "las reglas") manejó en G-3 y Figueroa, según parece, maneja hasta el presente (una noción, en realidad, bastante "bien sistema" respecto de la propuesta por los «antitucos», "los auténticos antisistema", como menciona Bazo en su libro Desborde Subterráneo, págs. 160-167), o al hecho de privilegiar en su saldo final de la experiencia «subte» la recuperación y ubicación de los "nuevos valores musicales" respecto de la continuidad de las «criticadas» estructuras sociales, pero, a la luz de las nuevas investigaciones y estudios recientemente publicados, ello parece ser innecesario. Baste recordar que, siendo el Perú lo que es –y reconocer esto no supone animadversión alguna de carácter personal, sino el no perder de vista una realidad estructural-– "el problema primario del Perú es el pituco"... todavía!!!

Fuente:
Muro de Miguel Det (Facebook), may. 6 y 7 de 2017.

martes, 9 de mayo de 2017

GUILLERMO FIGUEROA, de G-3, Y SU VISIÓN DE LA HISTORIA DEL ROCK SUBTERRÁNEO

Coincidiendo con el final de una agitada e histórica semana -contando con la presencia del antropólogo punk estadounidense Shane Greene, en presentaciones y conversatorios diversos por la aparición de su libro, y de la economista y politóloga Fabiola Bazo, quien presentara el suyo hace apenas tres meses-, Guillermo Figueroa, baterista de G-3, publicó este fin de semana en un importante diario de circulación nacional su versión gráfica de los orígenes y la trayectoria del Rock Subterráneo limeño. Presentamos aquí una versión digitalizada, junto a la transcripción del texto inserto en la misma.



EL GRITO SUBTERRÁNEO DE LOS 80

Aún recuerdo el 18 de octubre de 1985, cuando tocamos con Autopsia en la Concha Acústica del Parque Salazar, hoy Larcomar, junto a Leusemia, Zcuela Crrada y Guerrilla Urbana. Ese día se daría inicio al segundo concierto de «[El] Rock Subterráneo Ataca Lima». Un año atrás, en ese mismo escenario, había visto tocar a Leusemia, a quienes bajaron por cantar música en castellano, lo que no gustó al público, acostumbrado a escuchar ‘covers’ en inglés y música comercial.

“… En nuestro grupo hay gente de todas las clases sociales, de diversas realidades, pero un sentimiento de rebelión contra cualquier poder sobre nosotros nos une. También nos rebelamos contra las bandas que imitan y cantan en inglés, y en general contra todo lo que no es auténtico. Estamos unidos por un verdadero sentimiento de honestidad, de autenticidad” (palabras de una entrevista a José Eduardo Matute, guitarrista y fundador de Guerrilla Urbana, sobre el Rock Subterráneo, agosto de 1985).

A comienzos de los 80 se estaba gestando una movida compuesta por artistas, poetas, escritores y músicos. La música comenzaba a sonar de otra manera y era auténtica. El primer grupo que escuché de esta movida fue Leusemia y luego Narcosis. Música con energía, con mucho por decir e independiente. Y no era música para bailar.

Esta música nació en los barrios, en los colegios, entre amigos y a pesar de las fronteras sociales. Con terrorismo, con apagones y coches bomba, sin dinero y con dos gobiernos incapaces de solucionar los problemas de los jóvenes. No había tiendas de instrumentos musicales, salvo la de ‘Domingo Rulo’ y una en Paruro que tenía precios imposibles.

Se improvisaban salas de ensayo en garajes o habitaciones. Con guitarra acústica, algún bajo prestado, micro y un pequeño amplificador. En algunas ocasiones, golpeando las baquetas sobre guías telefónicas que se utilizaban como tambores de batería.

Las letras de las canciones eran el reflejo de una sociedad desgastada y sin futuro para los jóvenes. Era el último año del gobierno de Belaunde Terry y políticamente la situación no era buena. El terrorismo estaba golpeando fuerte en provincias. Se venía el primer gobierno de García Pérez.

La autogestión, el “hazlo por ti mismo”, fue la única herramienta que teníamos para hacer y difundir nuestra música. Nosotros mismos grabábamos nuestras canciones de una manera artesanal y reproduciéndola en cassettes llamados ‘maquetas’. Pintábamos nuestros polos, casacas y diseñábamos nuestras propias revistas que imprimíamos en fotocopias llamadas ‘fanzines’. Ninguna radio nos apoyó en difundir la música, pero gracias a las ‘maquetas’, la correspondencia por carta y el compartir nuestro material, fue que los grupos tuvieron difusión hasta internacionalmente.

Nos reuníamos en algún punto de encuentro como el ex cine Orrantia en Javier Prado, la av. La Colmena en Lima o la sala de ensayo Fílderes en San Martín de Porres. De ahí, en ‘mancha’, salíamos hacia los conciertos o para ensayar.

Leusemia siempre ‘jalaba’ a otras bandas a subir al escenario. Donde tocaba una, tocaban todas. Compartíamos escenario y también instrumentos.

En el verano de 1985, en plena campaña electoral y mientras Narcosis estaba grabando su primera y única ‘maqueta’, se organizaba el segundo concierto en la Universidad Ricardo Palma a cargo de los Bestiarios. Wicho, de Narcosis, cantaba “Sucio policía”, y luego Leo Escoria gritaba “pitucos de mierda” a los alumnos que pifiaban a los grupos por no tocar música comercial y en inglés. Algo estaba cambiando.

“La unidad estaba basada en la hermandad, en la colaboración, éramos de diferentes clases sociales pero actuábamos como hermanos ante las situaciones que aparecían. Nunca tuvimos rivalidad o envidia, siempre estuvimos unidos” (Raúl Montañez, Leusemia).

En 1985, el «No Helden» también abría sus puertas en el centro de Lima para hacer conciertos y se convirtió en un lugar de música alternativa y lugar de encuentro de la movida subte.

En esa época, la Municipalidad del Rímac organizó un concierto llamado «Rock en Río Rímac» el cual terminó a balazos luego de un ‘pogo’ con la canción “Sucio policía” que se volvió ‘bronca’ a consecuencia de no ser bien recibidos los grupos subterráneos con su música e ideas.

1985 fue el año de despegue de la movida subte y lo que vendría más adelante. La movida musical iba creciendo y mantuvimos nuestra posición anarquista y crítica al sistema. Comenzaron a salir más bandas con nuevas propuestas, uniéndose a la movida subterránea para ser escuchados.

Los conciertos continuaron y cada vez más había más gente que asistía. Los jóvenes estaban en busca de algo diferente a lo convencional, había rebeldía y un pensamiento en común en la música. Las radios no llenaban las expectativas (igual que ahora).

La situación del país comenzó a ponerse más difícil con el gobierno de García Pérez y su populismo. El terrorismo iba tomando posiciones y quiso infiltrarse en la movida subterránea.

Las fuerzas policiales y armadas también comenzaron a reprimir y detener sin garantías. Más adelante, muchos jóvenes de la movida fueron detenidos arbitrariamente. La calle se comenzó a poner más dura y los apagones comenzaron a ser frecuentes. Se impuso el toque de queda, lo que nos obligaba a veces a dormir escondidos en la calle.

Algunos de los nuevos grupos que ingresaron a la movida, que venían con pensamientos radicales, comenzaron a cuestionar las apariencias, el nivel social y trataron de establecer reglas. Para nosotros, nuestra primera regla era no tener reglas. Con estas nuevas bandas, la actitud que tomaron y las reglas que quisieron imponer, pienso que comenzó el principio del fin del Rock Subterráneo.

Lo que vendría después sería positivo, ya que marcó el camino para que salgan bandas independientes y se generen dentro de lo que fue la movida subte otras vertientes musicales que ayudaron a fortalecer la escena y darle variedad. Muchos de los músicos que integraron estas primeras bandas luego formaron otras bandas que hoy en día están vigentes y suenan a nivel nacional e internacional.

Hubo otros antes que nosotros, que marcaron el camino. Del Pueblo, del Barrio fue uno de esos grupos que marcó historia. Tampoco hay que olvidar la gran y poderosa movida metalera del Perú. Hoy en día, podemos ver, a diferencia de esas épocas, que niños de corta edad pueden tener un instrumento y comenzar a tocar. Hoy en día, felizmente, hacer música o rock ya no es mal visto y tampoco significa “ser misio”.

Fuente:
Perú.21 (Lima), may. 6 de 2017, págs. 14-15.