«ASCO», EL PERRO DE CAÍN
Puta’on, en mi jato hay un nuevo bacilón que se llama Asco y también Pupé, choche. Oe, yo estaba jateando mostro, soñando con nada, todo negro, y puta’on, empiezo a sentir una cosa caliente en mi mano, chochera. Puta’on, empecé a alucinar que era Pocha Caracha que venía para el cepille y grité fuerte ¡Pocha! Y se armó un chongo, oe, mi mellizo Abel casi manca del bobo, y prendí la luz y era un perro bacán, choche, chuscazo, color caca, que me lamía y me lamía la pata. Abel no sé por qué estaba asado, como celoso, chochera, y me insultó, dijo que el perro me lamía la pata porque no me la lavo nunca. Puta’on, yo ni lo oía baciladazo con el perro, y ya imaginaba que lo podíamos incorporar a Flatulencia porque seguro canta mejor que Pocha Caracha. Al toque le puse un nombre, así como poético, oe, Asco, y lo llamaba, Asco, Asco, Asco, y el perro se me trepaba al catre y hasta sonreía, choche. Puta’on, al día siguiente sí iba a ir al Bartolo porque me tenía que encontrar con Caca Verde para darle una maquetas. Puta’on, me levanto y Asco seguía conmigo, me siguió al ñoba y me acompañó a cagar y me baciló saber que Asco tampoco, oe, atraca con las estúpidas costumbres de la sociedad burguesa capitalista alienada, esas de lavarse y bañarse y toda la huevada, choche. Puta’on, el guardián de la puerta del Bartolo, el cholo Camerún, oe, no quería dejar entrar a Asco. Puta’on, tuve que amenazarlo con que si seguía jodiendo le iba a acusar al director que él sapeaba a los chibolos cuando se cambiaban y hasta les ofrecía tronchos con tal que se dejen tocar la pieza. El cholo atracó y todo el Bartolo me computaba con Asco al lado, que, puta’on, se ponía hecho un pincho cuando alguien se acercaba a joder, chochera. De puro bacilón me metí a la clase de música y el profesor Beltroy se puso a llorar como un chibolito porque, oe, justo cuando estaba cantando una música clásica, entro yo con Asco y mi perro se le abalanza a Beltroy y lo muerde en el cachete, chochera. Puta’on, todo el salón menos Abel empezó a aplaudir y se acabo la clase, compadre. Puta’on, desde ese día paro siempre con Asco y lo he metido a Flatulencia. Con Mojón Gonzáles hicimos un tema que es mostro, dedicado a Asco, y cuando lo empezamos en los conciertos, oe, sale Asco y se pone a ladrar fuertazo, puta’on, y la canción agarra una onda súper realista, choche, manya: Puta’on, lo único que me jode es que Abel se le ha prendido a Asco y lo trata como a una muñeca, choche. Oe, mi perro se ha estado quejando, puta’on, llorando en las noches, compadre, y él es mejor que un ser humano, oe, merece, puta’on, que se le trate bien, choche, que mi vieja tampoco lo joda porque se caga en su cama, chochera, puta’on, mi Asco es libre, no está contaminado por el sistema, él hace lo que le bacila y eso le da envidia a los alienados, compadre, como mi viejo, que el otro día le sacó la mierda. Puta’on, llegó mi viejo al jato y encontró a Asco cepillándose el ajiaco que mi vieja le había guardado a mi viejo en el horno, apagado porque está cagado, y, puta’on, mi perro recibió un patadón en los huevos que casi lo mata, choche; puta’on, al toque vino a buscarme llorando y yo me asé y fui a hablar con mi viejo pero estaba asadazo y me mandó a la mierda. Mi vieja, oe, también me había mandado a la mierda por Asco, y Abelito no me hablaba. Puta’on, todo el sistema contra mí. Me quité con Asco al parque y los dos nos pusimos a aullar hasta el día siguiente…
Ay señor, qué le diré, mi hermano mellizo es tan cruel conmigo que hasta me arrebató a mi mascota. Definitivamente el salvaje de Caín no me perdona que yo sí haya mamado de mi santa madrecita que Dios me di, y él no porque la Providencia decidió ponerle a ella un cáncer en el pecho y tuvieron que extirpárselo, qué historia. Bueno, la otra nochecita yo estaba haciendo la tarea de historia universal, sobre los griegos, y me sentía de lo más emocionado con los troyanos, me parecían hombres así como brutotes pero tan seguros de sí mismos, fíjese. Así, estaba volando mi pensamiento por el mar Egeo y siento un ruido en la puerta de calle, como si la rascaran. Al inicio me asusté porque si hay algo a lo que le tengo pavor es a la violación, y con tanto degenerado que anda suelto, tanto terrorista, en fin. Bueno, me hice el zonzo y empecé a cantar la última de Camilo Sesto, que me fascina. Al ratito otra vez, ay dije y me fui al ropero de mi madrecita para esconderme adentro, en el único lugar donde me siento protegido, oliendo a su ropa. Pero se me ocurre mirar por la ventana y veo a un coquetón perrito que rascaba y rascaba la puerta. Me conmoví hasta las lágrimas, parecía una película de la televisión, ¿no? Fíjese que superé mi miedo inicial, fui y le abrí la puerta. Tenía una cara de hambre el pobre. Lo primero que hice fue prepararle un poco de pan con agua y le convidé una lata de atún que me robé de Caín, ¿no ve que es lo único que él come? Pero entre perros quedaba la cosa, ¿no? Devoró el pobre. Después de comer se subió al sillón del salón principal de la residencia y empezó a dormir. Yo adiviné los deseos de mi madrecita de tener una mascota y decidí que se quedaba en casa, grave error que verá después, si hasta los perros me traicionan. Bueno, lo primero, ponerle un nombre. Me copié el nombre del perrito del profesor Beltroy, un fino y lindo y coquetón perrito blanco que se llama Pupé, que en francés significa muñeca, según me explicó mi querido profesor de música en la escuela y de piano en su domicilio (loa sábados y gratis). Bueno, Pupé. El muy tonto parecía no estar nada contento con el nombre porque no respondía a él, pero igual yo insistí, claro, dándole sus correazos porque la letra, señor, con sangre entra ¿no? De ahí, lo principal para un perro de buena familia, bañarse. Puse agua a calentar (fíjese el trabajo que me di) y llené la batea roja. La instalé en el baño con bastante jabón de pepa, ese que usa mi madrecita para lavarse el pelo porque dice que es mejor que cualquier cojín. Empecé a llamarlo, Pupé, Pupé, pero parece que se las había olido. Tuve que amarrarlo con la correa y meterlo a la fuerza. La vecina de la casa de enfrente se asustó tanto con los gritos que vino aterrada a decir que si Flatulencia empezaba a ensayar en mi casa, ella traía a la policía. La tranquilicé y seguí con mi labor. Una vez que Pupé estuvo seco (con la toalla que usamos todos, fíjese ah), lo empecé a mirar y lo noté todavía desgreñado: eran las orejas. Las tenía entre paradas y caídas, seguro producto de su fino pedigrí. Pero no me gustaban. Cuando vine con la tijera, Pupé salió hecho un diablo. Al final me dio pena cortarle las orejas y opté por ponerle un par de Pili y Mili atándoselas. No le gustó pero peor iba a ser que se las cortara. Ay, señor, mi paraíso se acabó cuando Caín me arrebató a Pupé. Esa noche el perro desgraciado decidió irse con mi mellizo porque los dos son unos cerdos asquerosos. Fíjese que estábamos durmiendo y de repente una gritería de volverse locos, era el Caín que se había despertado con las caricias de Pupé, y él creyó que era otra cosa. Cuando al día siguiente los vi caminando juntos, ay, eran idénticos, hasta el mismo color. Juré no tener más una mascota y escribí esta poesía desgarrada:
Bueno, desde ese día, la verdad, me he dedicado a hacerle la guerra a esa porquería de animal, le pongo ganchos de ropa en su cosa, le pego con el recogedor. Odio por igual al perro y a mi hermano, y amo cada día más a esa mujercita adorable que Dios me dio por progenitora.
Fuente:
¡No!, suplemento humorístico del semanario Sí (Lima), Nº 30, págs. 6-7, set. 14 de 1987.
1 comentario:
JAJAJAJA Que tal deja-Vu leyendo esta historia, muchas gracias por subirlas, o sabía que las había escrito Rafo León, el tío siempre ha sido capo
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