V
J. ENRIQUE LARREA:
“ROCK: EL PÚBLICO NO TIENE LA CULPA”
La polémica sobre el Rock Subterráneo
continúa. El autor, además de ser un sociólogo que trabaja en El Agustino, es
miembro del grupo de rock Simbiosis.
En el número tres de El Zorro de Abajo el conocido Sigfrido
Letal comenta la actitud de la izquierda «antifascista» en San Marcos y de
cristianos de IU en El Agustino, ante la presencia del ya manoseado Rock
Subterráneo. Con la intención de reflexionar sobre los intelectuales y lo
popular quisiera hacer algunas anotaciones a ese comentario.
Aunque pude estar en los dos actos
referidos, dejo de lado la particular y antojadiza interpretación de Letal de
lo sucedido en El Agustino, en donde leemos entre líneas que a algunos
cucufatos cuadriculados izquierdistas les molestó que se digan malas palabras
en un escenario. Baste remarcar que (a pesar de que prácticamente coloca los
hechos en San Marcos y El Agustino en el mismo saco) en El Agustino nadie les
cortó la luz ni los botó a pedradas sino que se les recibió con mucha
hospitalidad y, lo que es más importante, se les escuchó. Creo que también se
puede dejar de lado la ligereza de afirmar que alguien esperaba “filiación
marxista en el cómputo de los rockeros”.
DE SECTAS E ILUMINADOS
Lo que me parece importante en este
caso es observar el mecanismo a través del cual un intelectual analiza un
determinado fenómeno cultural. Después de justificar tres sonoras frustraciones
de estos grupos (Miraflores, San Marcos y El Agustino) Letal nos sumerge en una
disquisición sobre lo masivo y lo popular, sustentando que lo popular (“la
popularidad”) es un uso, un hecho más que (o antes que) una fórmula. De
acuerdo. Lo que no entiendo es de donde concluye Letal, en ese sentido, el Rock Subterráneo es popular. Para ser popular
hay que gustar, hay que conseguir que el joven común y corriente, no el
feligrés de secta o el seguidor de iluminados, lo consuma masivamente en un
determinado mercado. Al Rock Subterráneo no le interesa gustar y hace lo
posible, hay que reconocerlo, por conseguirlo. Son pocas las excepciones
(Leusemia, Narcosis) y lo son porque a pesar suyo no pueden huir de su vocación
musical, de la necesidad de hacer música. El resto hace música: hace política y
de lo más primitiva, chata, panfletaria;(*) y el músico que hace política dejando de lado la música como fin está al nivel
de Escajadillo componiendo “Alan Perú”: por más anarquía que postule no sirve
ni como político ni como músico.
Para probar su tesis, Letal nos
envuelve en un sutil y contradictorio mecanismo. Cita a Cirese (“la
‘popularidad’ debe ser concebida como uso y no como origen) cuando antes la ha
afirmado que la actitud de la izquierda es “ciega y suicida si se tienen en
cuenta los orígenes y potencias de la actitud que mueve a los
jóvenes iracundos”. Asegura Letal que lo importante es la actitud, expresión de
una búsqueda de espacios de identidad, libertad, solidaridad; se ve obligado a
develarnos la esencia de una actitud que en el escenario ha comunicado
cualquier otra cosa, cuando ha afirmado antes que lo importante es el hecho y
no la esencia.
Los argumentos se muerden la cola al
sugerir Letal, en otras palabras, que el Rock Subterráneo puede y debe ser
popular. No explica la popularidad del fenómeno: la supone apelando a nuestra
buena fe y nuestra militancia (compañeros, nos dice). ¿Por qué tenemos que
suscribir la confianza de Sigfrido Letal en unos mocosos malcriados, engreídos,
disfrazados de víctimas del sistema, malos músicos, que tocan para ellos
mismos? Si el Rock Subterráneo quiere ser popular, debe serlo también con
nosotros, cristianos o ateos, izquierdistas o anarquistas, mongos o superados.
PALTAS ‘PUNK’
Es que esto del Rock Subterráneo suena
a cuento, a cuco, a collera convertida en “el movimiento”; porque el problema
del “circuito alternativo” sólo puede ser un cuento en un país marcado por la
informalidad, plagado de circuitos alternativos, como el de la chicha, integrado ya a un mercado
masivo de música y diversión que es específico a una cultura; una falacia en un
país que creó y viene madurando circuitos alternativos desde hace mucho tiempo,
donde las clases dominantes nunca dominaron la cultura popular, refugiándose
más bien en la “cultura culta”, el rock incluido.
«Underground», «circuito alternativo»
y otra jerga por el estilo expresa simplemente el deseo de un sector
supuestamente marginal al rock miraflorino de explicar sus paltas con
categorías de sociedades híper-estructurales que generaron el movimiento ‘punk’
como fugaz posibilidad de subversión. Un deseo tan imperioso que les hace creer
que sólo con ideología (ideas y actitudes rígidas y verticales) pueden crear
cultura, sin darse cuenta de que repiten el tan manido esquema de cultura de
élites-cultura de masas.
Creo que miopías como las de Sigfrido
Letal son expresión de la crisis en la izquierda y los intelectuales, de la
“revolución copernicana” a que se refiere el primer artículo del mismo número
de El Zorro de Abajo. Es una crisis
positiva: preferible es estar en las calles con guitarras al hombro, contaminándose
de gente, que en ordenados gabinetes intelectuales o células políticas tan
clandestinas como alejadas de la vida cotidiana. Pero en las calles y su
confusión no debemos refugiarnos en los mismos errores de antes: crear
capillas, anunciar “la línea correcta”, chantajear con “lo verdaderamente
popular”, construir molinos de viento, inventar al enemigo, pontificar.
El rock en el Perú, el que nos
interesa como creación auténtica, como expresión de un ser juvenil,
contestatario, iconoclasta, el que pone en cuestión toda forma establecida,
inclusive la musical, el que por ello puede expresar adecuadamente el ser joven
en el Perú, el rock que no tiene apellido, está en estado totalmente
embrionario. No es popular como hecho; existe en potencia. Hay que apoyarlo y
criticarlo para que aprenda a gustar (palabrita que no necesariamente significa
adscribirse histéricamente a la moda), no endiosarlo porque nos gusta como
actitud. Hay que exigirle que aprenda a usar la guitarra como instrumento y no
como pretexto. Hay que pedirle que seduzca a su público, que trabaje para ser
bueno, que exprese correctamente lo que quiere decir. Hay que criticarlo, no
elogiarlo, cuando espanta a la gente que pagó para escucharlo: criticar al
público es invertir el orden de mira del crítico, e primero de los cuales debe
ser el propio músico. Hay que pedirle que deje de chantajear a su público: no
existe justificación al no gustar, al producir indiferencia o desazón.
El día que sea menos motivo de sesudos
razonamientos en medios intelectuales y más motivo de evasión y reflexión,
cuando la gente que nunca se enteró quienes fueron los Sex Pistols lo tararee
en los micros, ese día el rock peruano comenzará a ser popular.
Fuente:
El
Zorro de Abajo
(Lima), Nº 4: 68-68, marzo 1986.
(*) El cantante(?) del grupo(?)
«Sociedad de Mierda» vociferaba a los pobladores de la IV zona de El Agustino,
suponiéndolos tal vez cholos indefensos: “si ven a un rubio por la calle sáquenle
la mierda”. Habría que ver si él aplica esta táctica tan sui géneris.
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