II
ÓSCAR MALCA [«SIGFRIDO LETAL»]:
“POLÍTICA Y ROCKANROL: LOS VÁNDALOS LLEGARON
YA”
Más trascendente que la grita
sensacionalista que ha impulsado la televisión en torno al rock suburbano, es
el enfrentamiento que –en otro espacio social– se ha producido entre estos
jóvenes beligerantes y algunas concepciones paternalistas y sectarias de la
práctica cultural de la izquierda.
En efecto, el levísimo propósito de
esta nota es ayudar a tejer algunas hipótesis en torno a la relación de la
política con el rock, a partir de los enfrentamientos que ha habido con ciertos
sectores de la izquierda.
En la Universidad de San Marcos, por
la fuerza, se impidió, el mismo día de su realización, un concierto gratuito
organizado por músicos y estudiantes; y, cuando dos semanas más tarde logró por
fin realizarse gracias al respaldo de un vasto número de estudiantes decididos
a defenderlo, un acto de sabotaje –cortaron el fluido eléctrico a todo el pabellón donde se llevaba
a cabo– evitó que éste se desarrollara normalmente. La oposición activa provino
del afiebrado y ultramontano FER [Frente Estudiantil Revolucionario] («Antifascistas») y fue sorprendentemente
apoyada por miembros de la FUSM [Federación Universitaria de San Marcos]
vinculados al UNIR [Unión de Izquierda Revolucionaria]. “Música imperialista”,
decían, al tiempo que proclamaban a la música folclórica como la única válida
para nuestro medio, supongo que en homenaje a un idílico y perdido paraíso pre
tecnológico.
Asimismo, en El Agustino, tras un
concierto en un local comunal se levantó una gran polvareda. La controversia
surgió entre los promotores del evento, una agrupación juvenil formada
básicamente por cristianos, y militantes y simpatizantes de la IU [Izquierda
Unida], debido al lenguaje agresivo y soez de varias canciones: unos se
solidarizaron con los músicos, pero otros, la mayoría, los atacó, pues se
sintieron agraviados, mancillados en su condición de anfitriones. Se habló de
“pequeño burgueses desesperados” y hasta pedir disculpas por escrito a los
vecinos por las “malas palabras” que habían gritado los grupos.
Conviene aclarar que las principales
bandas que han protagonizado ambos sucesos pertenecen a la corriente suburbana
del rock, también llamada subterránea:
Leusemia, Zcuela Crrada, Guerrilla Urbana, Delirios Krónicos, Flema,
Excomulgados y S. de M.
Bien, hasta aquí la anécdota. Al
margen de los argumentos señalados, que creo poco útil discutir, queda otro que
sí merece ser tomado en cuenta. Me refiero al socorrido expediente de la ausencia
de filiación marxista en el cómputo de los rockeros, lo cual significaría,
supuestamente, debilidad ideológica propia de “pequeño burgueses
confusionistas”. O que, en todo caso, se trata de alienados que imitan poses de
grupos extranjeros; la prueba sería que estos subversivos irresponsables no
ofrecen alternativas programáticas concretas.
Sin ser exactos, ninguno de estos
argumentos es del todo falso; ciertamente, lo equívoco más bien lo constituyen
las conclusiones y su consecuencia inmediata: una apresurada estigmatización
política por parte del sentido común izquierdista. Estrategia ciega y suicida
si se tienen en cuanta los orígenes y potencias de la actitud que mueve a los
jóvenes iracundos que con guitarras eléctricas y tarolas de hojalata, vienen
propagando desde barrios marginales, su desarraigo de una sociedad injusta y
deshumanizada.
VIDA COTIDIANA Y CULTURA
DE MASA
Comenzando por el principio, bueno
será pues hacerlo por la gravitación que tiene la cultura de masa en países
como el Perú.
Con nuestra entrada a la modernidad
capitalista, hacia la segunda mitad de los sesenta, el envolvente flujo icónico
de las industrias culturales de Occidente terminó por afincarse allí donde el
discurso de la izquierda no había hecho sino satanizar: la vida cotidiana de la
gente de la ciudad. La moda en trajes y vestidos, el cine y la televisión, las
historietas y el magazine
sensacionalista, la radio y la industria del disco, colonizaron ese espacio paralelo en que se
“desarrollan espontáneamente, el mundo diario del trabajo, la vida familiar, el
barrio y la fiesta popular, totalmente divorciados de la organización vecinal
(influida por los partidos políticos)”.[1] Un
mundo que como bien apunta la Alfaro, posee un tiempo, un lenguaje y una lógica
particulares, que expresan necesidades y demandas ajenas a las que contienen
los esquemas programáticos de la política.
Así pues, al tiempo que lo masivo es,
ciertamente, negación de lo popular por ser la imagen de sí mismas que la
burguesía quiere que interioricen las masas, una cultura para y no por ellas; es
también mediación, objetivación,
exteriorización, de lo popular, en tanto el receptor usa –y no sólo consume–
de modo característico, desigual y hasta exclusivo –ni uniforme ni homogéneo–
aquello que se le ofrece a través de los mass-media.
Un uso que pone en marcha mecanismos de “memoria colectiva que acaban reescribiendo
el texto, reinventándolo, utilizándolo para hablar o festejar cosas distintas a
aquellas de las que hablaba el texto, o de las mismas pero en sentidos
radicalmente diferentes”.[2]
En buena cuenta entonces lo masivo, a
la vez que se constituye como un lugar de falsificación y manipulación, también
puede ser, y de hecho es, lugar de re-conocimiento e identificación de lo
popular. Es el caso del cine mexicano, la telenovela latinoamericana, las
radionovelas o la música popular.
LOS USOS POPULARES DE LO
MASIVO
Y dentro de esta última, en el Perú,
el rock, aun siendo un fenómeno cuya matriz arranca de fuera, ha tenido fuerza
suficiente –al igual que en Argentina o Brasil– para arraigar en vastos
sectores de la sociedad. Y si bien es cierto que en nuestro medio el rock
nacional no ha alcanzado las mismas dimensiones que en los países citados,
debido a su escasa inserción en el universo popular, con el rock llamado
Subterráneo esto comienza a revertirse, sobre todo si pensamos, como Cirese,
que “la ‘popularidad’ de cualquier fenómeno debe ser concebida como uso y no como origen, como hecho y no
como esencia, como posición relacional y no como sustancia”.[3]
Es decir, del mismo modo que en el
lenguaje la popularidad de las palabras no depende del origen o de la forma,
sino del uso y del ambiente, así también en este tipo de rock la popularidad no
depende de su origen (foráneo), ni de su forma (técnica ruidosa y supuestamente
espúrea), sino de su presencia como hecho cultural, de su potencial
convocatoria en relación a otras formas de rock local de exigua capacidad
movilizadora, y del uso diferenciado y creador que promueve no sólo un pasivo
consumo, sino (otro uso) una respuesta activa de parte de su público.
He ahí lo que cierta izquierda ha sido
incapaz de vislumbrar, afectada por el distanciamiento que proverbialmente ha
mantenido respecto a la vida del simple hombre de la calle, y en particular
respecto a las reivindicaciones, sentimientos, valores y comportamientos de los
que estos jóvenes –en su mayoría de clases medias bajas y sectores populares–
son portadores. Y que, por otra parte, son difícilmente encasillables y/o
formalizables en un discurso ideológico-político tradicional. Lo que las
canciones y actitudes de los rockanroleros subterráneos expresan es una
búsqueda de espacios alternativos en los que sean posibles, como diría Berman,
el encuentro de la propia identidad, la libertad, la dignidad, el gozo y la
solidaridad.
Ajenos por principio a los moldes
rígidos y uniformizantes que son reacios a incorporar en sus esquemas aquello
que los excede por diferente e inédito, estos jóvenes, cierto que agresivos y
maleducados, están colisionando ya no sólo con las mentalidades más
conservadoras de la sociedad limeña, sino con la de aquellos compañeros que se
niegan a atender la dinámica de los hechos sociales y a una realidad siempre
móvil y desconcertante como la peruana.
Fuente:
El Zorro de Abajo (Lima), Nº 3: 75-76, nov.-dic. 1985.
[1] Rosa María ALFARO, Del periódico al
parlante (una experiencia en el barrio de Pamplona Alta). En: Materiales
para la Comunicación Popular (Lima), Nº 1, 1983.
[2] Jesús Martín BARBERO, “Cultura
popular / cultura de masa”. En: Macho cabrío (Lima), Nº 2-3, 1984.
En realidad, toda esta reflexión es deudora de las renovadoras pautas
establecidas por sus investigaciones.
[3] A.M. CIRESE, “Sobre el concepto de
cultura popular”. En: Hueso Húmero (Lima), Nº 8, 1981.
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